miércoles, 9 de enero de 2013

Roscón de reyes

Llevaba oyendo la casi idéntica cantinela desde el día 15 o 16 de diciembre, en la panadería y pastelería del pueblo de al lado, distante 14 km, que es donde voy a comprar el pan y la bollería para el desayuno y la merienda.
Tras de pedir mi pan gallego, cuando me tocaba el turno, entre la dependienta –o la dueña- y yo, se creaba el invariable diálogo. -¿Algo más? -Medio kilo de perrunillas (en alguna ocasión). -¿Un roscón? -No, gracias. ¿Algo más? –Dos napolitanas de chocolate y dos croissants (por ejemplo, en otras ocasiones). ¿Y, un roscón, que están calentitos? –No, gracias. Y ellas: ¡Que están recién hechos! Y yo: -No, gracias. Cada cosa a su tiempo, que aún falta mucho para reyes y ni siquiera es día de trurrones. Yo es que soy muy tradicional, ¿sabe?
Pues nada, que día tras día, cada tres que es cuando voy allí, repitiendo la cantinela del roscón.
Hoy, día 6 de enero, día de reyes ¡por fin! voy a la pastelería-panadería, pido mi pan, y no ocurre nada. Pido unas almendradas y unas piñonadas: y nada. Pido dos trenzas, que aquí son muy buenas –¡y gigantes!-: y nada. Pido un roscón pequeño, sin nata, y nada. Que nada de nada, vamos.
-Lo siento, pero ya no me quedan hoy. Y a las horas que son –eran las 12 y ½ - ya no haremos más, porque los que están en la estufa no dará tiempo a hornearlos para que estén listos antes de la hora de cerrar. Mañana, si lo quiere, se lo reservo que esta madrugada el obrador hará más también, y aunque habrá bastantes, se lo guardo por si acaso se vendieran antes de que usted venga.
No, gracias, mañana es día siete ya.

AdriPozuelo
enero de 2011


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