viernes, 7 de enero de 2011

Preparto


Mi madre vino a dar a luz, o le vino la necesidad, cantando y lavando ropa en el jardín.

Tenía un cajón de madera cuadrado, sin tapa, dado la vuelta para abajo, de manera que la boca quedaba sobre el suelo, junto a un grueso árbol, un ailanto de frondoso ramaje, el cual la protegía de los rayos solares en verano, incluso en primavera con días de sol. Sobre el cajón tenía un balde de cinc, o barreño redondo, metiendo dentro de éste la tabla de lavar, la cual descansaba sobre el borde.

La tabla, por el extremo que quedaba fuera del balde, tenía una tabla trasversal de forma cóncava, donde mi madre apoyaba su tripa para así hacer la colada. Refregaba, y hacía puñetas a la ropa, sobre las ondulaciones que poseía la tabla, trasversalmente, a lo largo de ella. En su parte inferior llevaba clavado un taco, el cual hacía tope con el borde del barreño, para que así no se sumergiese en el agua.

Como mi madre daba empellones a la tabla cuando refregaba la ropa y ésta se los daba al balde, usando de tope el grueso tronco, y a la misma altura siempre, que buena marca de ello conservaba, y como apoyaba la tripa sobre la tabla para refregar y si era para sumergir la ropa en el agua tenía que presionarla aun más, mi futuro hermano se ve que no quiso aguantar más ahí dentro tanto vaivén o empellón y decidió salir a conocer el mundo.

No digo yo que se hubiese quedado ahí dentro los 33 años que vivió, que pobre madre mía, pero creo, por no asegurarlo, que mejor que donde está ahora hubiese estado, aunque le diesen algún empellón que otro. Al menos, baile no le habría faltado y música y cante tampoco. Claro que, vaivenes y empellones no le faltaron. Y lo que conoció del mundo…


AdriPozuelo (A. M. A.)
Pareja, Guadalajara
6 de enero de 2011

miércoles, 5 de enero de 2011

Noche de invierno



Desató y descargó los troncos del lomo de la burra. Los llevó junto con el hacha al obraje, se quitó las botas de embarradas suelas, cubiertas de helada nieve y se puso las alpargatas de uso interior. Sacudió la nieve de la zamarra y la piel que tapara los troncos y entró en la casa por la medianera que comunicaba esta con la leñera del taller.

Se encaminó hacia el llar bajo donde crepitaban unos troncos, en lo que se deshacía de las manoplas que le protegieran las manos del frío de la montaña, colgando estas y la zamarra en sendas alcayatas a cada lado de la chimenea.

Al pasar junto a la cuna de madera, elaborada por él mismo, la cual tenían preparada para el retoño que pronto nacería, la sacudió hacia un lado dejándola bamboleándose sobre sus patas abarquilladas.

Se detuvo junto a la mecedora donde se encontraba su mujer tejiendo una diminuta prenda de lana y la besó al tiempo que acariciaba su abultado vientre, interesándose por su estado, en cómo había pasado el día. La mujer correspondió al beso y la caricia con sonrisa agradecida, al tiempo que se llevaba una mano a la cara a causa de la sensación producida por el roce de la espesa barba de él.

Llegándose al hogar, retiró el puchero de barro del brocal y lo depositó sobre la mesa. Se hizo con una rústica cuchara de madera, sentándose en una silla dispuesto a dar cuenta de las sopas de pan.

La cuarta cucharada quedó suspendida en el aire. La mujer, tras emitir un quejumbroso lamento, se estiraba en su asiento debido al fuerte dolor que soportaba. Los dolores eran más seguidos. El momento había llegado, corroborado por un cálido caudal que se deslizaba por sus piernas.

Soportando la ventisca, apartando la nieve de la cara, caminaba ladera abajo con la rienda de la burra en la mano. La mujer, a través del embozo que la protegía, murmuró que no podía más, que no aguantaría así las dos leguas que les separaba del pueblo. Se detuvo ante la primera boyera que encontró próxima al carril, ayudó a la parturienta a apearse de la burra, encaminándose ambos al interior.

Acomodó a la mujer sobre la piel que la protegiera del frío, extendida sobre unas pajas junto al pesebre dónde rumiaba un indolente buey, encendió un buen fuego y se dispuso a ayudar a la mujer en lo que pudiera necesitar.

En cuclillas como estaba, vio como una estrella fugaz describía una blanca estela en la noche, en su caída hacia el oscuro horizonte. Antes de que desapareciera tras de él, cerró los párpados y pidió un deseo.

El llanto del retoño le hizo volver a la realidad. Desechó de su mente el mal presentimiento, quedándose con el regusto del más placentero de los dos que vislumbrase, más el de ser padre.

Al tiempo que interrogaba a la mujer sobre el nombre que llevaría el niño, el frío húmedo de la noche, o la emoción, le provocó un estornudo.
La mujer dijo: ¡Jesús!


AdriPzuelo (A. m: A.)
Parela, Guadalajara
30 de diciembre de 2010

Roscón de reyes



Hacía mucho tiempo que no dejaba nada por aquí. Entre estar muy liado, de mudanzas y demás cosillas, pues que lo tenía abandonado.

Así que voy a dejar una cosilla que se me ocurrió el otro día, estando esperando a que me atendiesen en la panadería y pastelería donde compro normalmente. Es una situación que no creo se pueda dar en alguna pastelería o panadería que elabore roscones por navidades.

Pero bueno, el caso es escribir algo y si es ficticio mejor, así se tiene estimulado el "coco".

Aquí va el cuento.

Llevaba oyendo la casi idéntica cantinela desde el día 15 o 16 de diciembre, en la panadería y pastelería del pueblo de al lado, distante 14 km, que es donde voy a comprar el pan y la bollería para el desayuno y la merienda.

Tras de pedir mi pan gallego, cuando me tocaba el turno, entre la dependienta -la dueña- y yo, se creaba el invariable diálogo. -¿Algo más? -Medio kilo de perrunillas. (en alguna ocasión) -¿Un roscón? -No, gracias. ¿Algo más? –Dos napolitanas de chocolate y dos croissants. (por ejemplo, en otras ocasiones) ¿Y, un roscón, que están calentitos? –No, gracias. -¡Que están recién hechos! -No, gracias. Cada cosa a su tiempo, que aún falta mucho para reyes y ni siquiera es día de trurrones. Yo es que soy muy tradicional, ¿sabe?

Pues nada, que día tras día, cada tres que es cuando voy allí, repitiendo la cantinela del roscón.

Hoy, día 6 de enero, día de reyes ¡por fin! voy a la pastelería-panadería, pido mi pan, y no ocurre nada. Pido unas almendradas y unas piñonadas, y nada. Pido dos trenzas, que aquí son muy buenas ¡y gigantes! Y nada. Pido un roscón pequeño, sin nata, y nada. Que nada de nada, vamos.

Lo siento, pero ya no me quedan hoy. Y a las horas que son –eran las 12 y ½ - ya no haremos más. Mañana, si lo quiere, se lo reservo, que esta madrugada el obrador hará más.

No, gracias, mañana es día siete ya.


AdriPozuelo (A. M. A.)
Pareja, Guadalajara
4 de enero de 2011