martes, 31 de enero de 2012

Sorpresa

-De acuerdo mi amor, allí estaré. En media hora más o menos llego. Contestó a su interlocutor en lo que llevando la vista hacia la pulsera de diamantes, comprobaba que en la pequeña esfera encastrada se leían las veintitrés quince, según la posición de las moradas manecillas de topacio tostado.

Colgó el auricular de sobremesa y se dirigió al dormitorio para asearse. Tenía el tiempo justo para cambiarse de ropa, peinar su larga cabellera rubia y maquillarse.
La tardanza del ascensor la desesperaba. ¿Por qué cada vez que lo llamaba estaba en el bajo? Pensaba en tanto que con su dedo pulgar seguía presionando el botón correspondiente al piso veinticinco.

Al salir a la calle, se paró a un paso del portal sobre la ancha acera, mirando a uno y otro lado de la avenida.

De nuevo la había citado en un lugar extraño. Por esta vez, tampoco tendría que salir de la ciudad, tenía que dirigirse hacia su izquierda, seguir en dirección al centro y unos cientos de metros antes de llegar a él, tenía que adentrarse en el barrio de estrechas y oscuras callejuelas, ya que la había citado en una de sus pequeñas naves dedicadas a talleres de variados oficios.

Se ajustó su blanco abrigo de piel de armiños y comenzó a caminar subiéndose el ancho cuello protegiéndose del frío de la noche que sintió al salir del portal.
Avanzó unos metros por la avenida y se adentró en el entramado de callejas oscuras, acompañada del sonsonete que producían los altos y puntiagudos tacones de sus anacarados zapatos.

A cierta altura de la tercera calle que tomaba, tuvo que bajar al asfalto pues unos metros más allá la acera estaba ocupada por unos bidones y cierta cantidad de cajones de madera allí amontonados con cierto desorden.

Cuando pasaba junto al rimero, de súbito alguien salió de detrás saltando hacia ella. No le dio tiempo a desviarse ni un ápice de su trayectoria. El agresor la abrazó con su poderoso brazo por la cintura inmovilizándola, en lo que con el otro la tapaba la boca, abortando el grito de dolor y espanto que, aun entre los dedos, pugnaba por salir.

Notó el calor de la respiración agitada de su agresor sobre la nuca y algo que no entendió la susurró al oído.

El hombre tiró de ella y la tendió en el suelo, colocándose sobre su cuerpo sin apartar la mordaza de su boca. Jadeando por el esfuerzo y por el deseo desenfrenado que sentía, la insultaba como si masticase las palabras, al tiempo que la desabrochaba el abrigo.

-Qué, ¿no te gusta, so zorra? ¡Pues te vas a enterar! Seguro que cuando termine de hacerte lo que te voy a hacer, me pides más; me suplicarás que lo haga una y otra vez, porque no serás capaz de aguantar hasta otro día sin mí.

La subió la falda y le rasgó las bragas, quedando expuesto su sexo al frío de la noche, quedando ante sus ojos tenuemente difuminado, debido a la mortecina luz que se desprendía desde la farola al otro lado de la calle. Sus muslos, cubiertos de sedosos reflejos se separaron cuando el violador hizo presión en ellos con sus rodillas, quedando semi tumbado sobre ella.

-¿No gritarás si te dejo libre la boca, verdad? Dijo su encarado, en lo que con su mano libre se desabrochaba el pantalón y se bajaba la ropa. Ella se fijó entonces en la hombría del individuo, presta a llevar a cabo la labor para la que ya estaba dispuesta, no entendiendo las soeces palabras que la dirigía, pues estaba embelesada con los ojos muy abiertos y fijos en un punto, quedando asombrada, obnubilada por un instante, sacándola de su ensimismamiento las palabras de su agresor, ya que seguía hablándola.

-Si gritas pidiendo auxilio, sabes que lo vas a pasar peor, así que te voy a dejar libre la boca para poder oír claramente tus jadeos de placer, porque, seguro que lo vas a tener. ¡Aquí está tu macho para dártelo, zorrita! ¿Verdad so puta que lo vas a disfrutar? ¿Verdad que eres una zorra y que te gusta que te lo diga? La trémula mujer le contestó con un leve movimiento afirmativo de cabeza.

Despacio la fue separando la mordaza, como despacio comenzó a deslizarse sobre el escultural cuerpo yacente de la mujer, en busca de la entrada de la gruta oculta por el bello monte, quedando postrado de rodillas ante ella y sobre el abrigo que había quedado extendido en la acera, el cual les servía de manto aislante del frío cemento.
La mujer arqueó el cuerpo hacia arriba, al sentir la calidez del ariete que llamaba a su puerta íntima, abriéndola de par en par, así como sus piernas, facilitando todo lo posible la profanación.

Al sentir el miembro cálido y eréctil rozándole sus profundidades, elevó sus caderas dando un fuerte impulso hacia arriba, facilitando que aquello que la volvía loca la abrasase, si ello fuera posible, pues su hogar ya lo había encendido el intrépido macho apenas la había asaltado.

A cada empellón de él, había otro similar de ella como respuesta. Estos se sucedieron despacio al principio y como si fuese premeditadamente comenzaron al unísono a acelerarlos.

-¡Grita de placer si quieres zorrita, que los que te puedan oír no vendrán en tu auxilio! ¡Grita, grita, grita! La conminaba él a cada movimiento de su pelvis.
-¡Calla y sigue, que se te irá la fuerza por la boca! Le respondía ella sin cesar en sus vaivenes de caderas, facilitando que llegase al final del “túnel de la gloria”, pues ya estaba próxima a llegar al séptimo cielo.

Llegaron al clímax a un mismo tiempo, apretando sus cuerpos en ese instante. Ella le rodeó la cintura con las piernas y él la abrazó fuertemente. Reposó el cuerpo sobre ella y así permanecieron unos segundos. Al poco buscó los sensuales labios de ella con su lengua y se fundieron en un largo beso.

Distendidos sus cuerpos, se separó de ella tumbándose de costado a su lado y mirándola a los ojos fijamente, la preguntó no exento de dulzura:
¿Qué te ha parecido la sorpresa de hoy, mi amor?
-Me ha encantado, como siempre, ya sabes. Le contestó y se volvió hacia él, fundiéndose los dos en un largo y amoroso beso.



AdriPozuelo A. M. A.
Sacedón, Guadalajara
23 de junio de 2011

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