viernes, 27 de enero de 2012

Vísperas

Pozuelo de Alarcón
Diciembre de 1957

Llegaba la Navidad. El día 22, o sea ayer, había estado escuchando el Sorteo de Navidad, así como todos los vecinos, difundido durante toda la mañana por todas las galenas y por aquellos aparatos semejantes a éstas, solo que algo más pequeños, que algunos llamaban aparatos de radio –“las arradios” del decir popular-, semejante al que había en su casa; una cajita de madera barnizada, con un “botón” a cada lado de una franja de cristal numerada, por la que se deslizaba horizontalmente hacia la izquierda y derecha una rayita roja, vertical, movida al darle vueltas a uno de los “botones” en un sentido u otro.

Los alrededores, todo el barrio, hasta los confines de éste, que eran los que él conocía mejor, se llenaba de aquella cantinela que coreaban los niños del colegio de San Ildefonso todos los años. También lo escuchaba por la capital, andando por las calles con su madre, o su abuela, cuando “bajaban” allí para visitar a familiares, próximos ya a las fiestas navideñas.

Hoy día 23, saldría con sus hermanos y amigos a pedir el aguinaldo, puerta por puerta, calle a calle y a todo el vecindario, como hacían todos los años y como así se había venido haciendo por tradición, según el decir de los mayores.

Igualmente, todos los años veía cuando les abrían las puertas, que en todas las casas –al menos no recordaba que en alguna faltase- había un belén colocado cerca. Solía estar en el recibidor, sobre un pequeño mueble al que se le despojaba de las fotos familiares, para poder instalar “el nacimiento”. Aunque también sabía –y esto por habérselo contado, ya que en algunas de aquellas casas no pasaba del zaguán- que solían instalar un belén más completo en el comedor, o hasta en habitaciones acomodadas para él, pues así guardaban el cumplimiento de rigor, requerido por tan cristiana onomástica.

Igualmente recordaba –y éstos sí los había visto y observado bien- que algunos de los pudientes vecinos colocaban otro más en sus patios y jardines, con figuras de mediano tamaño en unos y en otros algo más grandes, pero todas ellas muy bonitas y bien pintadas.

También las monjas hacían poco más o menos lo mismo en todos los conventos que él conocía, todos allí cerca, en el mismo barrio, las cuales ponían uno de piezas pequeñas a la entrada de las capillas, en uno de los rincones o en los zaguanes de los pórticos y otro en sus jardines, o en los patios, pues en algunos no los podrían haber admirado los feligreses, ya que no se podía acceder a ellos. Estos, al estar en el exterior estaban confeccionados con figuras más grandes, llegando a tenerlas alguno de tamaño casi real, pues en algún caso sobrepasaban las estaturas de un niño de diez a doce años con una estatura normal para esas edades.

En ellos incluso el río llevaba agua de verdad y no se simulaba con papel de aluminio –“papel de plata” como le decían entonces-, al que algunos, incluso, le ponían un cristal por encima, o directamente el río era un espejo literalmente, o para mejor definición, trozos del cristal azogado.

No solamente el molino funcionaba con el agua del río, en el que se veía a las lavanderas haciendo la colada, hincadas de rodillas a su vera, sino que también movía la noria que llenaba una acequia de la que se servían los hortelanos para regar la huerta, a la cual, las monjas habían colocado unas berzas –coles blancas, lombardas y lechugas-, por las que el pueblo era famoso en Madrid.

Este año, al chaval le venía rondando por la cabeza la idea de instalar él también un belén. Pero ¿dónde? En su casa no podría pues no existía el recibidor, ya que al entrar por la puerta lo que recibía era la cocina directamente y en las habitaciones no había sitio o lugar para nada más que para lo que se usaban; para dormir en las camas justas.

Por el contrario en el jardín sí que había sitio, hasta de sobra como para haber instalado no ya uno, sino hasta veinte, o más, y de considerable tamaño. Agua: había de sobra, ya que al estanque nunca le faltaba, por encontrarse junto al pozo al que el molino de viento se encargaba de sacársela, bombeándola cuando se le soltaba el freno por contrapeso, y sino, sacándola cubo a cubo. Musgo: también había mucho en el jardín, que aunque no fuese propiedad suya, o de sus padres pues vivían allí de guardeses, podría coger todo el que quisiese; si no tenía suficiente, ya que pensaba construir un gran belén, podía salir a cogerlo de los alrededores, que no buscarlo, pues había de él por todas partes y más, y mejor, en donde todo el día cubría la umbría, al no llegar los rayos solares al lugar.

Pero le faltaba lo más importante: ¿De dónde y cómo sacaría él las figuras para su belén? La idea le rondó poco tiempo por la cabeza, algo menos de un día, pues el mismo día 23, tras llegar a casa después de haber estado pidiendo el aguinaldo a los vecinos, incluidas las monjas de al lado, y tras repartir lo recaudado, siendo su parte bastante sustancial, resolvió comprar las figuras.

Pero le surgió otro problema y éste quizás era el más importante. ¿Dónde podía comprar las figuritas a esas horas de la tarde? Y además otro: ¿Tendría suficiente dinero, como para poder pagarlas él solo? Pues el pedirle a cualquiera de sus hermanos por separado, como a todos en conjunto, su contribución a tan magno proyecto –particular, de él solo- para llevarlo a buen fin, sabía que sería inútil, que sería perder el tiempo; a sus amigos ni pensarlo siquiera.

Así que según pensaba esto, según iban comiendo el postre la familia –unas mandarinas, ya que al menos en su casa sí podían permitirse este manjar- se le ocurrió recoger todas las mondas de los frutos, tanto las de él como las de los demás; todas las que había sobre la mesa.

Al verle hacer tan curiosa recolección, la madre le preguntó qué era lo que iba a hacer con tanto desperdicio, a lo que la contestó: -Una cosa que ya verás luego. Cuando la tenga hecha te la enseño.

-¿Y no se puede saber ahora? –volvía a preguntarle la madre, continuando en tono recriminatorio sin esperar respuesta- Porque no me parece bien que vayas dejando “porquerías” por ahí.

Sin esperar más, ya que estaba impaciente, y sin esperar a que pudieran retenerle, pues entonces no podría llevar a cabo la idea que acababa de ocurrírsele, salió de casa precipitadamente, bajó los escalones y dobló a su izquierda para dirigirse a la puerta del jardín. Una vez dentro, se encaminó hacia el “primer escalón bonito”, dejando sobre él la carga de mondas de mandarina.

Se quedó mirando los demasiados desconchados que poseía en sus azulejos, dudando entre poner allí “su nacimiento” o en el otro “escalón”, que estaba mucho “más sano y bonito”. Al fin se decidió por el primero, razonando que así le tapaba los desperfectos y que allí estaría más a la vista de los transeúntes que pasaran cerca del jardín, como así los tenían en los suyos la “gente pudiente”, a la vista, ya que el otro, entre los lilos que tenía delante y la altura a la que se encontraba el muro que sustentaba la verja, no dejaría que lo pudieran admirar la gente que por allí pasaba; aunque pensándolo bien, por allí no pasaba casi nadie.

El banco, o poyete, era un posadero revestido de azulejos de Talavera, construido junto a la pared trasera de su casa, entre ella y el invernadero, contra la pared que formaba parte del muro perimetral de la finca, en el cual se adosaba el respaldo. Todo él estaba forrado con baldosines y azulejos de distintos tamaños, canteado y contorneado por cenefas de azul cobalto, yendo, el tono general del banco desde este color al blanco, pasando por todas las tonalidades intermedias.

Tenía el respaldo varios dibujos muy artísticos, con motivos campestres, reproduciendo en algunos, y en relieve, damas con sombrillas y caballeros, todos de época isabelina (Isabel II de España), en actitud de paseo por la campiña unos, y otros, sentados sobre tapetes extendidos sobre las hierbas, en actitud de disfrutar de sendas meriendas, trasportadas en cestas de mimbre que reposaban junto a ellos. También se veía a unos criados con librea, que servían vinos, agua o refrescos. De fondo se veía lo que parecía un pinar.

En el asiento se reproducían dos cacerías, al parecer de zorros en una mitad y en la otra una de ciervos, con sendas jaurías o realas de perros y con varios jinetes en pos de sus presas tras de éstos, armados de escopetas con largos cañones. El frontal del asiento se componía únicamente de dibujos orlados.

El “segundo escalón bonito” –denominados así por los chicos-, se encontraba adosado a la pared exterior trasera del “hotel de los señores”, frente a los lilos que mediaban entre éste y la reja de la valla perimetral de esa zona, que junto con los muros de otras vayas y sus dos puertas, completaban el cerramiento de la finca.

Este banco era más vistoso que el primero, en cuanto que poseía más colorido, no así en lo artístico, aunque sus filigranas y orlas estaban muy bien diseñadas, delineadas y distribuidas, tanto en el centro como en los laterales de los azulejos.

Sus cenefas eran de un tono marrón claro y anaranjado, al igual que la del mosaico central del respaldo. Este representaba unos pasos del quijote, encuadrados en diez y seis azulejos a modo de aleluyas, con letanías escritas al pie de cada una, con imágenes y letras en relieve y a todo color.

Tanto el contorno del mosaico como el asiento, estaban cubiertos por orlas de varios colores y en ligero relieve apenas perceptible a la vista, siendo notable únicamente al pasar la palma de la mano sobre ellas.

El frente del asiento estaba cubierto de llamativos jarrones con vistosas flores y por orlas como las anteriores, cubriendo el espacio desde estos hasta las cenefas, aunque sin llegar a estar juntas, dejando ver entre ellas un fondo entre amarillo y ocre. Esta parte del posadero era lisa, habiendo pintado los dibujos en la loza directamente y esmaltado sobre ellos. A los lados del banco había dos poyetes cuadrados, cubiertos por molienda fina de piedra, los que servían de reposabrazos y mesas de servicio.

Tras decidirse, salió corriendo para poder acaparar todo lo que le hacía falta antes de que anocheciera, ya que a las seis de la tarde no vería lo que hacía. Recogió tablas, palitos, ramitas, piedras, cantos rodados, trozos de ladrillos, musgo y paja, así como algunas rasillas enteras, de las que tenía apiladas su padre allí cerca para, cuando pudiese, arreglar el invernadero.

Cuando tuvo todo junto al banco, tomó varias paladas de arena y cubrió el asiento con ella, extendiéndola con las manos. Montó unas tablas en forma de pesebre, atándolas con bramante que había cogido del recipiente donde su padre guardaba los útiles para el arreglo del calzado y lo colocó sobre la arena, ante el rincón formado por las paredes de la izquierda y de frente, cubriéndolo con ramitas, pajas y musgo alternativamente.

Colocó acá y allá unos trozos de rasilla, a modo de casas, a los que previamente, con sus pinturas, había dibujado unas ventanas y una puerta.

Puso sobre la arena unas rasillas de plano, a partir de cada lado del pesebre y junto a las paredes, colocando sobre ellas piedras de varios tamaños, cubriendo todo el conjunto con más arena, colocando encima, como colofón de “las montañas”, algunos trozos de musgo oscuro y fino, sobre todo tapando huecos que quedaban entre los bordes de las rasillas y las piedras.

Con el canto de la mano separó en dos zonas el suelo de arena, serpenteando entre unas casas y el pesebre, creando un ancho surco irregular, de modo que su fondo fuese el color azul claro de algunos de los azulejos, simulando el agua del cauce del “río”.

Seleccionando las piedras que había recogido en el arroyo que pasaba cerca de su casa, el de Las Cárcavas, así como cantos rodados de ladillos, redondeados e informes debido a la erosión del agua, fue apartando los que, para él tenían forma humana o podían pasar por ella, de los que la tenían de animales. A los que no les veía la similitud deseada, les veía que podían ser una mitad, complementando la otra con otras piedras, a las cuales les veía el complemento perfecto y claramente. Al igual que a las casas, las pintó usando sus pinturas de lápiz.

A las que “dio forma humana”, les dibujaba los rasgos faciales y les pintaba vestimentas. A las que “creó” como animales, les dibujó ojos, hocico, boca y rabo, pegándoles hojitas a modo de orejas y palitos a modo de cuernos a otras cuantas.
Montó unas ramas a modo de vallas de corral y las puso esquinadas al fondo del pesebre. Rellenó de paja los rincones resultantes y colocó sobre ella “una mula” en un extremo y “un buey” en el otro.

Tomando una piedra más plana que las otras, de forma rectangular, bordes redondeados, plana en una cara y cóncava en otra, la pintó de ocre y la dibujó cuatro patas. La colocó en el medio del pesebre y puso sobre ella unas pajitas. Cogió una “figurita” que semejaba un niño sonrosadito, por su pintura, y la colocó sobre “la cuna”. Tomó dos figuras, una femenina en actitud orante y otra masculina y barbuda con un cayado pintado en una mano y los colocó a ambos lados de la cuna, quedándose mirando, un momento, la composición de la familia compuesta por “su Virgen María, su San José y su Niño Jesús”.

Colocó unas “lavanderas” a la vera del río y “unos pastorcillos con sus ovejitas” esparcidas por la campiña. Montó un puente con una tabla y palitos atados entre sí y lo colocó sobre el río, dejando sobre él “un Rey Mago” montado en “un camello”, colocando los otros dos “Reyes Magos” próximos al primero y en actitud de seguirle, montados en “sendos camellos” de cantos rodados, muy apropiados para ese cometido y ocasión.

De unas ramitas de lilo confeccionó unos diminutos “árboles”, pinchando, en las puntas de las ramitas más finas, trozos de cáscara de mandarina simulando estos frutos. También esparció menudencias, que había hecho de las mondas, por algunas partes de “las montañas”, entre el musgo que había dejado sobre ellas y por el que estaba a rodales sobre la arena –semejando la campiña donde pastaba el rebaño-, y sobre las piedras que había colocado aquí y allí a libre albedrío.

Tras ciertos retoques y recolocación de figuritas, confeccionó un cometa con cartón y lo recubrió con papel aluminio, colocándolo después sobre el tejado del pesebre, apoyando sus extremos en las paredes del rincón. Ya tenía “Estrella de Belén” su “nacimiento”.

Dio unos pasos hacia atrás y se quedó contemplando su obra unos instantes, quedando satisfecho con su trabajo.

Se fue a casa ya anocheciendo, a decir a su madre y hermanos lo que había hecho, a darles la buena nueva de que ellos también tenían “un nacimiento”, viendo que al llegar ya estaba su padre allí y él no se había enterado de cuando había llegado.
Tomaron la linterna que usaban cuando tenían que salir de noche al jardín y se fueron todos a ver el belén.

Al llegar frente a él se quedaron en silencio, rompiéndolo la madre para decirle que había tenido muy buena idea, al igual que la intención, aunque el resultado fuese algo confuso. Sus hermanos comenzaron a reír al oír esto, criticando lo estrafalario de los árboles, diciéndole que “un belén no tiene árboles así”.

Tampoco tiene las figuritas así –pensó él-, lo que les pasa es que tienen envidia, porque ellos no saben hacer uno.


AdriPozuelo (A. M. A.)
y Tizona
26 de diciembre de 2011
Sacedón, Guadalajara

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